Educación Pública – Un fetiche socialista

by | Nov 2, 2022 | Español

Mucho se habla de educación. De hecho, parece que decir que “la educación es la solución para el mundo” es, junto a las diversas formas de entretenimiento en una sociedad hedonista, unánime. Pretendo cuestionar el por qué de este verdadero fetiche por la educación, pero primero quiero cuestionar por qué, si existe este fetiche, la gente recurre al peor medio para realizar esta fantasía, el Estado.

Todo lo que se suministra a través del Estado es siempre de peor calidad y más caro que cuando lo suministra el mercado. Esto se debe a que el estado se guía por presiones políticas y no por el sistema de precios. No importa cuánto fracasen los esfuerzos del gobierno, siempre habrá más dinero disponible. Pero en el sector privado, si un empresario fracasa y no puede satisfacer las demandas de los consumidores mejor y más barato que sus competidores, quiebra y todo lo que invirtió de su propio bolsillo o del bolsillo de los inversionistas se pierde, y difícilmente los inversionistas que tuvieron pérdidas darán su dinero de nuevo.

Entonces, si uno aspira a una educación de mayor calidad a costos accesibles para la gran mayoría, uno debe apoyar la separación inmediata y total del estado y la educación.

Una pregunta que surge es “¿cómo obtendrían educación los pobres?” (¡Como si robar a unos para dar educación a otros fuera una opción a considerar y no rechazar de inmediato!). Tenemos ejemplos actuales de lugares muy pobres, en África, China e India, donde los niños pobres asisten a escuelas con fines de lucro, como se puede ver en el libro de James Tooley:

 

En países como Brasil, tenemos ejemplos recientes de lan houses que operan en las favelas y brindan acceso a Internet a los niños pobres allí, y aún así, por supuesto, se benefician de ello. Y si internet no es educación, no sé qué es. Mire el video a continuación sobre cómo la acción de un emprendedor cambió la realidad en la favela de Antares.

Un pretexto que se suele utilizar para justificar la prestación de servicios educativos a través de la violencia estatal es el de la “igualdad de oportunidades”, que supuestamente se lograría con el “acceso universal a la educación”. De hecho, ¿cómo se puede hablar de “igualdad de oportunidades con educación universal” sin empezar por abogar por que todos los niños tengan una computadora y acceso a Internet? Antes de que los socialistas tomen esto como un deber más del Estado, Harry Browne ya nos ha hecho ver qué sería de nosotros si el gobierno se hiciera cargo de la industria informática.

Dicho esto, y espero que haya quedado claro que quienes valoran los servicios educativos deben exigirle al Estado que le quite las manos de encima a este sector, paso ahora a analizar este fetichismo de la educación. El diccionario define el fetiche como “objeto al que se le atribuye un poder sobrenatural o mágico y al que se rinde culto”, y es exactamente este comportamiento el que observo en la educación. ¿Tiene realmente este poder de transformar un país?

En 1961, Fidel Castro realizó una campaña nacional de educación y Cuba se convirtió en el primer país del mundo en erradicar el analfabetismo. Cuba cumple ahora 50 años sin analfabetismo en 2011. Y Cuba tiene actualmente las mejores tasas de educación en las Américas. (Nos vamos a basar aquí en los datos proporcionados por la dictadura castrista).

¿Cómo está Cuba hoy? En las Américas, los cubanos solamente no son más miserables que los haitianos. ¿La educación universal y de calidad ha ido acompañada de la reducción de la pobreza? En estos primeros 50 años, parece que no. A principios de esta semana, un informe sobre Cuba de Agência Estado nos dio un ejemplo de la situación allí:

No hay datos oficiales sobre el porcentaje de desempleo, pero la gente se queja de la falta de oportunidades.

Muchos cubanos se ofrecen a los turistas como guías informales y hasta empresas a cambio de recibir pagos. La historia del médico intensivista Juan Pablo Luis es común a muchos cubanos. Dejó la profesión para ser taxista. Según el médico, la opción, “bastante dolorosa”, la tomó después de que nació su hijo de 11 años y vio que la situación se complicaba. “Sueño todos los días que estoy trabajando en mi profesión. No me gusta hablar de eso”, dijo.

Esta historia muestra que darle a cada uno la oportunidad de estudiar lo que quiera (incluso si el precio es la miseria de todos) solo crea este tipo de distorsión extraña, en la que ser un taxista, que es un servicio que puede realizar alguien que nunca ha ingresar a un salón de clases, paga más que la profesión médica, que es un servicio altamente especializado que requiere muchos años de estudios universitarios.

Sin el sistema de precios para guiar sus decisiones, el gobierno sobre invirtió en educación, que no es más que un bien, y la inversión resultó en una pérdida rotunda. Juan Pablo logró cumplir su sueño de ser médico, pero no de ejercer la medicina, ya que no hay mercado para él. El costo total de su universidad corrió a cargo del gobierno.[1] Y como el gobierno no tiene dinero propio, tomó dinero de toda la población del país. Si hubiera sido una inversión privada hubiera tirado su propio dinero, pero esta y muchas otras inversiones en educación sin retorno las pagan todos los cubanos. Es fácil ver por qué la miseria reina en esa isla.

Por tanto, la educación estatal no es ni puede ser eficiente y, además, el acceso universal a la educación garantizado a través del Estado -y no fruto de un libre mercado- es algo que tiene un coste muy alto e indeseable, que se echa sobre las espaldas de otros.

En 1848 Karl Marx, en su Manifiesto Comunista, proclamó: “Es deber del Estado garantizar la educación pública y gratuita de todos los niños”.

Veinticinco años antes, en 1823, el libertario Thomas Hodgskin había advertido: “Es mejor no ser educado que ser educado por tus gobernantes”.

Yo elijo a Hodgskin; ¿y tú?

 

 

[1] Otro ejemplo de este tipo de desinversión estimulada por el Estado se puede ver en la burbuja educativa que vive EE.UU., pero en este caso el daño es para los estudiantes y sus padres. Véase el artículo de Doug French, The Higher-Education Bubble Has Popped.